User:Efkin

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PandoraLab

Anti-Manifesto

Hemos coincidido en que por mas que nos esforzemos la última palabra, el último gesto de lo real, no es sino un límite al que tiende el poder para acallarnos de una vez y por todas. Gracias a sus sofisticados dispositivos de replicación, el poder se encuentra allí donde se nos ha ocurrido oponernos a él. Como si fuera poco, el poder decide decidir y a través de un juego de bambalinas acaba decidiendo por ti. Cuando ya has sido empujado fuera del escenario, no hay sitio entre las butacas y , aparentemente, tu única salida es la única salida.

Hemos decidido reapropriarnos de ese silencio primigenio donde todo discurso era posible y empezar a fuerza de ruido, distorsión e interferencia, a derribar los pilares mismos de lo establecido. Si el juego de espejos se complica, nuevos ejes de intersección cobran sentido.

Solos estamos demasiado aislados, juntos somos demasiado visibles.


La Ciudad

"Nadie sabe mejor que tú, que no se debe confundir nunca la ciudad con el discurso que la describe. Y sin embargo, entre la una y el otro, hay una relación."

En el centro de Pandora, metrópoli de piedra gris, hay un palacio de metal con una esfera de vidrio en cada aposento. Mirando dentro de cada esfera se ve una ciudad azul que es el modelo de otra Pandora. Son las formas que la ciudad habría podido adoptar si, por una u otra razón, no hubiese llegado a ser como hoy la vemos. En todas las épocas hubo alguien que, mirando a Pandora tal como era, había imaginado el modo de convertirla en la ciudad ideal, pero mientras construía su modelo en miniatura, Pandora dejaba de ser la misma de antes, y aquello que hasta ayer había sido uno de sus posibles futuros ahora era solo un juguete en una esfera de vidrio.

El que llega a Pandora poco ve de la ciudad, detrás de las cercas de tablas, los abrigos de arpillera, los andamios, las armazones metálicas, los puentes de madera colgados de cables o sostenidos por caballetes, las escalas de cuerda, los esqueletos de alambre. A la pregunta: —¿por qué la construcción de Pandora se hace tan larga?— los habitantes, sin dejar de levantar cubos, de bajar plomadas, de mover de arriba abajo largos pinceles: —Para que no empiece la destrucción —responden. E interrogados sobre si temen que apenas quitados los andamios la ciudad empiece a resquebrajarse y hacerse pedazos, añaden con prisa, en voz baja: —No sólo la ciudad. Si, insatisfecho con la respuesta, alguno apoya el ojo en la rendija de una empalizada, ve grúas que suben otras grúas, armazones que cubren otras armazones, vigas que apuntalan otras vigas. —¿Que sentido tiene este construir?—pregunta—. ¿Cuál es el fin de una ciudad en construcción sino una ciudad? ¿Dónde está el plano que siguen, el proyecto? —Te lo mostraremos apenas termine la jornada; ahora no podemos interrumpir —responden. El trabajo cesa al atardecer. Cae la noche sobre la obra en construcción. Es una noche estrellada. —Éste es el proyecto— dicen.


Lxs Habitantes

Todas las que habitamos Pandora somos mujeres. Lo sabemos porque todos los viajeros que llegan frecuentemente a Pandora son hombres. Suelen pasar unos días, pocas semanas. Pronto se marchan. Pero cuando un hombre quiere quedarse en la ciudad lo sabemos porque ya se ha convertido en una mujer. En Pandora, entonces, siempre hay máscaras y guantes para nuevos habitantes, pero solo unos pocos viajeros los encuentran. No podemos revelar el secreto de dónde se encuentran ni tampoco decir porqué los escondemos. Un cruce de miradas cómplice es suficiente para revelar su existencia al desconocido. En ese momento algo dentro del hombre se quiebra y un único deseo le gobierna. Su estancia se alarga junto a la búsqueda de la máscara y de los guantes hasta el punto en que una nueva oleada de viajeros ya ha llegado a Pandora. Es al verles que una nostalgia incómoda le invade. Como si de un espejo se tratara, refleja en ellos a sí mismo y aún asi no se encuentra. -¿Habré sido un hombre alguna vez? – piensa. Es entonces, cuando al levantar las manos hacia el rostro, puede distinguir el cuero negro o el bordado blanco recubrir la silueta de los dedos, que al acercarse a los ojos encuentran una máscara de terciopelo. No sabe desde cuando viste así, sabe solo que al mirar otro habitante, encuentra en su mirada el fuego ardiente y una dulce bienvenida.


Love from the trenches

Querer. ¿Anhelo de la máquina o rutina del liberto? Al querer, la máquina entra en movimiento y su único deseo es más querer, querer que ha sido convertido en combustible, en recurso preciado, en amo de pescar; la máquina sabe que dejar de querer es parar el movimiento y por más que esto sea inevitable la máquina es ciega. La máquina, que está hecha de más máquinas, decide entonces que para poder moverse necesita tener poder sobre el querer. Y por eso, lo distribuye. El liberto, en cambio, quiere como el martillo a la pared, como las alas a la gravedad; resuelve que queriendo desafía y que desafiando conquista, instante por instante, baldosas amarillas en el cielo raso. El liberto también quiere a otro liberto y con éste intercambian baldosas de colores diferentes y andan juntos el tiempo que haga falta. Aún así se despiden. Hemos concluido que para la máquina es impensable la vida sin el querer y que para el liberto es impensable el querer sin la vida. Siendo la máquina espejo del liberto y viceversa, el querer nos huele a fracaso y a caduco; ya sea porque le falte leña por un lado, que porque exceda en humo por el otro.


Love from the trenches (reloaded)

¿Qué es querer? ¿El anhelo de la máquina o la rutina del liberto? El anhelo de la máquina siempre será el querer, actividad desconocida e impensable por mas desarrollada que sea su inteligencia artificial, emoción última, límite de límites, posible revolución, aunque inalcanzable, de otra naturaleza. Mientras que quien se haya convertido en liberto, sabe desde ese instante que su rutina es querer, que no hay dia sin sentir, que no hay suelo sin un pie de firme voluntad, que o se quiere o se muere. Volvamos a la máquina. La máquina, bajo otra acepción, también quiere. Y cuando quiere es cuando entra en movimiento, se mueve desde el anhelo al objeto de su deseo, desde lo inmovil a lo dinámico, desde un off a un on. entiende entonces que para moverse tiene que querer, querer que ha sido convertido en combustible, en recurso preciado, en producto de consumo y en ultima instancia, en amo de pescar al que seguir; la máquina sabe que dejar de querer es parar el movimiento, volver a lo gélido de lo estático, a la orden completada, al off desde el on. y por más que esto sea inevitable para una máquina, toda máquina es ciega, no ve ni mira, ejecuta. aclarar que a veces te encontrarás con máquinas hechas de más máquinas en organismos tan complejos que el todo no será más grande que cualquiera de sus partes. estas decidirán que para moverse y no apagarse nunca, necesitarán conseguir poder sobre el querer, como un monopolio. pero para que no se note, es muy probable que este poder lo distribuyan. Vayamos al liberto. El liberto no para de querer, ha encontrado la dimensión del placer a cada ojo, a cada historia de cada ojo, a cada ojo que lee cada historia de cada ojo. Pues el lilberto quiere como el martillo a la pared, como las alas a la gravedad; resuelve que queriendo desafía y que desafiando conquista, instante por instante, baldosas amarillas en el cielo raso. El liberto es capaz de querer a más libertos y entre ellos se intercambian baldosas de colores diferentes y andan juntos el tiempo que haga falta. Aún así, cuando es el momento, saben despedirse y de hecho se despiden. Pues entonces, para la máquina, cuando vivir es moverse y moverse es querer-algo, es impensable la vida sin el querer. Hemos concluido tambien que para el liberto el querer es impensable sin la vida, sin el otro, sin un afuera conquistado. Siendo la máquina espejo opaco del liberto y viceversa, el querer huele a fracaso y a caduco; ya sea porque le falte leña por un lado, que porque exceda en humo por el otro.